De los demonios de la mente by Javier Cosnava

De los demonios de la mente by Javier Cosnava

autor:Javier Cosnava
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Histórico
publicado: 2009-08-09T22:00:00+00:00


En la navidad de mil ochocientos ochenta y nueve, desesperado, Alois se sorprendió a sí mismo mandando una breve y cortés misiva a aquel pesado de los guisantes, Gregor Mendel, al monasterio de Santo Tomás en Brunn. ¡Qué demonios! Se celebraba la jodida natividad de aquel extraño revolucionario judío... ese tal Jesús de Nazaret. Seguro que le alegraría al viejo Gregor las fiestas con aquel gesto de amor y de fraternidad (a los curas les gusta pensar en sus buenas obras, reales o imaginarias, y en que en el día del juicio podrán desenrollar la lista de sus pequeños triunfos, ponerla en la balanza y conseguirse un puestecillo de castrato en la corte de eunucos del buen Señor). Además, Alois necesitaba un hombro sobre el que llorar, lamentarse, descargar toda su rabia. Anna le había amenazado con el divorcio si no era capaz de controlar a Fanni, aquella sirvienta enloquecida, poseída por el mismo Satanás. Alois se sentía tan sólo, tan desamparado, tan vacío... Gregor Mendel estaba acostumbrado a que las ovejas descarriadas de su parroquia le contasen sus penas. Tal vez sabría cómo ayudarle. Tal vez.

Alois recibió a los pocos días una calurosa respuesta del agustiniano y una invitación a visitarle en Brunn cuando sus responsabilidades en el Servicio Imperial de Aduanas se lo permitieran. Alois tomó nota de la invitación: nunca se sabe cuánto puede uno necesitar dos o tres jornadas lejos de la rutina.

Pero su vida y, con ella, su casi satisfactoria rutina, se quebraron del todo antes de poder pedir consejo o confesar sus pecados en el monasterio de Santo Tomás. Una noche al volver a la fonda, tal vez más bebido que de costumbre, se encontró a Fanni sentada en el rellano de las escaleras. Tenía los ojos enrojecidos por el llanto (lo cual era extraño, porque aquel día Alois no le había pegado más que un par de amistosos bofetones) y tenía aspecto de llevar esperándole muchas horas. La muchacha aún no había cumplido los diecinueve años.

—¿Qué sucede, pequeña zorra?

Como puede verse, Alois era todo un caballero, habiendo heredado (perdón, aprendido. Un lapsus Mendeliano) de Nepomuk un excelente vocabulario, ideal para comunicarse con sus semejantes en toda situación y lugar.

—Su esposa, la señora Anna Glassl, se ha marchado.

—Mi esposa es una coja que apenas se tiene en pie, mi pequeña zorra. Sale de la habitación una vez al mes como mucho, da dos vueltas a la fonda y se echa a dormir doce horas a causa del esfuerzo.

Fanni rompió a llorar en ese instante. ¿Por qué lloraba aquella guarra estúpida?

—Se la llevaron sus hermanos, Alois.

Alois se repitió mentalmente aquella jodida pregunta: ¿por qué lloraba aquella guarra estúpida? ¿Y por qué pensaba que podía tutearle? Las mujeres son unas putas la mar de peligrosas. Están llorando desconsoladas sobre tu regazo y en realidad te están apuñalando de mil maneras diferentes. Alois sabía que si la cogía por los pelos y hacía rebotar su cabeza contra el primer escalón hasta teñirlo de escarlata, sus problemas se acabarían.



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